miércoles, 24 de marzo de 2010

¡Maldita gente!

La gente es algo inevitable. Te guste o no te guste, ahí están. Con sus caras y sus cuerpos polimorfos y sus ideas pobres, corrientes, belloteras, sublimes, vulgares u originales y sus rollos y sus problemas y su oportunidad o inoportunidad. Y hay días en los que uno está más dispuesto a aceptarla y días en los que uno la enviaría a tomar el viento. Pero no por eso dejan de estar. La hay de todo tipo y color. Soportable e insoportable. Ocupada y ociosa. Sonriente y cabreada. Heroica y cutre. En avión o en tren. Negra, amarilla, ocre, marrón, roja y blanca. Hay cantidad. Resulta agobiante. Vayas donde vayas, hay gente. ¡Coño, están hasta en tu casa!

Debo decir que yo amo al género humano, pero a mi manera. O sea, no soy del tipo optimista vital y simpatiquísimo al que le encanta todo y todo le hace sonreír y que va por la calle boquiabierto ante el vuelo de un puñetero gorrión o dando gracias a Dios por el arco iris. Nada de eso. Confieso que en ocasiones me gustaría ser así, pero cada uno es como es y en el reparto de caracteres, me tocó uno del tipo simpático a días, y tampoco mucho. Pero no por eso dejo de valorar a las personas cuya manera de ser facilita la convivencia. Y éste no es un asunto menor. Una sonrisa oportuna y una voz amable en el puente de ganado aéreo de Iberia de las seis cuarenta y cinco puede cambiar, si no el día, sí cómo afrontes esa tortura que es viajar en avión. Y un encuentro con una persona amable, educada y simpática puede ayudar a sacudirte ese problema – grave o estúpido – que niebla tu día. Hay sonrisas que desarman. Miradas que te envuelven en un halo de paz. Gestos que te reconcilian con el ser humano. Y casi todos vienen de gente que – siempre con esfuerzo, heroico a veces – han decidido que querer a los demás es una buena estrategia de vida. No sé muy bien cómo se hace eso, porque a mí el automático me pide enviar a tomar el viento al modelo de tío peñazo, tostón, inoportuno y tonto. Pero, probablemente por eso mismo, sé que aguantar y no hacerlo es lo que debo hacer.

Hubo un santo que lo dijo gráficamente: hay que poner el corazón en el suelo para que los demás pisen blando. Ya se sabe que los santos suelen decir cosas para otros santos, así que la traducción libre de los que no somos santos ni apuntamos maneras es que debemos intentar respirar hondo diez veces antes de enviar a la peña a la mierda. Y si después de eso logramos sonreír, miel sobre hojuelas. Y si esa sonrisa – que será una especie de mueca, seguro – la consigues transformar en una palabra amable, estás al inicio del sendero correcto.

Hay gente con ángel. Y gente con menos gracia que los Morancos. Y gente a la que le sale de dentro de su alma ser simpática. Y gente a la que no nos sale. A veces nos sale todo lo contrario. Pues bien, con más o menos gracia, más o menos esfuerzo y más o menos éxito, tenemos que iniciar una cruzada para que la gente que nos rodea (todo el mundo tiene cien tíos alrededor con los que se cruza), para que esa gente, pise más blando. Lo tenga más fácil. Sea más feliz.

Porque creo que la gente cabreada, hostil, agresiva, cortante, seca y, en suma, imbécil, hacen que este mundo sea un lugar más intransitable. Más penoso. Más vulgar. Más zafio. Peor.

Y esto no depende de tu carácter.

Depende, como casi todo, de tu voluntad.

O sea, de ti.

jueves, 4 de marzo de 2010

In the last time of government, every day, all day, bonsais…

Ya, ya. Pobrecico mío. Es que le pilló la época del francés y entre ser diputado por León, y el baloncesto, y las niñas góticas y la esposa doricojónica no tuvo tiempo – ¡por Dios bendito! – de escaparse unos días a Irlanda a aprender ese idioma imperialista (y yankee) que hablan algunos miles de millones de individuos. Entre ellos, todos los que son o quieren ser algo en la vida. Es natural. Lo raro sería que un Presidente de Gobierno español hablase el idioma inglés. Exceptúo de esta afirmación a D. Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, que tenía la cuna y educación que tenía y, además, la educación que se procuró. Pero quitando a la peña dirigente de clase alta, al resto no los podemos enviar al extranjero sin el riesgo de que protagonicen momentos ridículos que harían sonrojar al país entero, si no fuera porque este país - que tan poco se quiere a sí mismo - no se sonroja ni cuando mendigamos una sonrisa a Obama o una puñetera silla en el G-8, G-20 ó G-1000.

Cierto es que Suárez y González cantaban menos, con ese rollo de la transición y el cambio, y ese careto de estadistas que traían puesto y ese "saber callarse" en la escena internacional donde, por cierto, nuestro peso era, como en la actualidad, irrisorio. Pero una vez se ha acabado el asunto de "transitar" y ha habido que coger el toro por los cuernos y presentarnos en la escena política internacional de primera división y jugar allí, nos hemos dado cuenta de que – en comparación con los países que mandan – nuestros políticos son vergonzantes, cenutrios, sectarios, incultos, provincianos y más vagos que la chaqueta del responsable de calidad de servicio de Iberia. Vaya, gente de bajísimo nivel que no pasaría el primer filtro de selección en cualquier empresa. Una panda de mindundis. Por eso, supongo, se dedicaron y se dedican a la política.

Y así nos luce el pelo. Nuestros Presidentes son el reflejo fiel del país en el que vivimos. No es Zapatero. Es España la que contesta con una estúpida sonrisa "sólo en español" a los requerimientos de una periodista inglesa. Cosa que no ocurre en Cuenca, señores, sino enfrente del 10 de Downing Street. Y no es Aznar, si no España la que, con ridículo deje tejano, contesta a la prensa norteamericana: "¡estamos trabajando en ello!", como si se hubiese tragado toda el "agua de fuego" de la reserva de los sioux, si es que existen. Y es España, al fin y a la postre, la que con los pies encima de la mesa, o bailando danzas tradicionales africanas o hablando congoleño (¡hay que oír a Moratinos en pleno ataque epiléptico - lingüístico antes de morir!), es España, repito, la que hace un ridículo internacional del que sólo – y muy de vez en cuando - nos saca el Rey, que tiene la ventaja de que habla el inglés como el español. O sea, fatal. Pero con ese acento Borbón amodorrante e inconfundible (y parece que entendible) consigue templar las gaitas. Y así, utilizando al Monarca, este Gobierno deja, por lo menos, la arrastrada bandera española a media asta.

Tengo algún amigo político que no le gustará lo que digo y me acusará – con más razón que la madre de Leire Pajín - de meter en el mismo cesto a honrados y chorizos, a inútiles y eficaces, a ladrones y santos, a servidores y aprovechados. Lo sé. Pero es cuestión de estadísticas. De un tiempo a esta parte, soltamos por el mundo unos tíos analfabetos lingüísticos incapaces de relacionarse de tú a tú con sus pares. Gente poco seria. Otros más serios (¡quién me ha visto y quién me ve!) como Jordi Pujol se despachan en alemán, francés, catalán, castellano e inglés (este último con menos soltura, pero muy "apañadito") y claro, vendiendo Cataluña a quien en el mundo quiera oírle en el mismo idioma. Que alguno habrá. Vaya, le dan un par de años más, y aprende chino.

Pero lo de este inútil no tiene excusa. Es un ignorante. Uno más. Un Presidente del Gobierno que representa fielmente a un pueblo bastante ignorante también. Y cuando franqueado por Schroeder y Chirac pasea por el jardín de la Moncloa y les dice: "in the last time of the government, every day, all day, bonsais", yo no sé ustedes, pero a mí me pasa lo mismo que a Chirac: que repite "bonsáis", piensa que menudo paleto le han traído, se descuajeringa de risa y, en el fondo de su corazoncito francés se dice: "¡qué bien les hubiese ido a estos provincianos algunos siglos de ilustración!".

Y José Luis acelera el paso, a echarse en brazos de la intérprete.

Hay días en los que quisiera ser francés…

Mon dieu!