viernes, 7 de mayo de 2010

Los bingueros

Los bingueros eran, en esa especie de película de los años 70, los cómicos Fernando Esteso y Andrés Pajares, representantes genuinos de aquella España subdesarrollada, analfabeta y cutre que, entre la libertad de Jarcha y la baja cuna de Cecilia, se lanzaba a ser libre sin saber muy bien cómo. Creo recordar que la película iba de un par de imbéciles que intentaban solucionar sus problemas económicos fiándolo todo al azar.

Y de eso iba ese bodrio y de eso va este bodrio en el que el ínclito, y a la par, dórico, Don José Luis Rodriguez Zapatero, nos ha metido. Lo que pasa es que en esta película los imbéciles se cuentan por decenas. Y los palmeros de este desaguisado por millones. El primer binguero, si no me falla la memoria – que no me falla – fue el tuerto indestructible Don Pedro Solbes. Vamos a ver. Lo vi yo y lo vio toda España en el primer semestre del 2008 decir que "hablar de crisis es enormemente exagerado". A esas alturas ya los analistas pronosticaban un meneo económico de tres pares de narices. Y mi padre, que de economía no sabe nada, había escrito semanas antes el informe sobre la Crisis Ninja explicando lo que había pasado y pronosticando una crisis insondable, que es en la que estamos inmersos. Lo que pasa es que a Solbes, este binguero incapaz, le siguieron como una panda de retrasados toda la patulea económico – socialista – sindical, centraditos todos ellos en mantener sus cargos, sus visasoros, sus prebendas, sus mamandurrias y sus desvergüenzas a buen recaudo. Y los bancos, cajas de ahorro y consumer banks, con datos ardiendo encima de la mesa, se callaron como putas, bailando el agua al tuerto por aquello del "hoy por ti, mañana por mí", y sabiendo que si no daban caña al Gobierno, éste respondería salvándolos cuando los riesgos se dispararan, los activos que los soportan se devaluaran y entraran en quiebra. Como así ha sido. Quiebra que hemos salvado con nuestra pasta. La misma que nos piden con una desvergüenza sin par cuando nos retrasamos en el pago de la hipoteca. Gentuza.

Pero esto se ha acabado. Anda el de León aterrorizado. Ha descubierto tarde y mal que el dinero – ese bien fungible, como definieron los romanos – tiene más miedo que él. Y que el inversor lo que busca es forrarse. Y que cuando un país está peligro, el inversor serio se abre y el especulador lo masacra. Y, lo siento, seré profeta, pero esto no tiene vuelta atrás. Vamos directos a la intervención de Europa. No sólo por razones macroeconómicas (que también), si no por una fundamental: España no es fiable. Y eso, como los buenos economistas (y los políticos deberían saber) no se soluciona con un compadreo de chicinabo. Se han juntado el gótico con el "señor de los hilillos" (recuerdo la impagable imagen de Rajoy explicando que del Prestige salían unos hilillos de fuel, mientras la televisión nos mostraba como salía el petróleo a chorros enviando a los percebeiros a buscar percebes a Indonesia) y tras un apareo mediático – electoral, han parido un jodido ratón.

Y ese ratón es insuficiente para tranquilizar a los mercados. Lo sé yo y lo sabe todo el mundo. Menos ese par de imbéciles. Y lo de la Moncloa no era si no la última oportunidad de hacer algo serio. Ya está. Se ha perdido. España no remontará sin reformas estructurales de calado (financiera, laboral y un ajuste de los de verdad). Debería Zapatero mirar lo que hizo González que se metió en una reconversión necesaria y soportó huelgas y un lío social de narices para hacer lo que había que hacer. Pero es que (con todo lo que era González), las comparaciones son odiosas. Aquel era un gobernante. Este es un mindundi.

Un mindundi que vive acojonado intentando evitar que los sindicatos le monten un pollo mientras condena a la miseria a su país. Sin más. Lo que no sabe este es que los sindicatos le montarán un pollo igual en cuanto empeore la situación, que empeorará sin duda.

Es, además de un inútil, un inmoral al que el pueblo le importa tres huevos.

Hasta ahora el ínclito ha aguantado a ver si, por un casual, esto empieza a tirar y cantamos bingo.

Pero ya no. No cantaremos ni línea.

Esto se ha acabado.

Sólo cabe sentarse a esperar que reviente.

Que lo hará.

Sin duda.